sábado, 25 de septiembre de 2010

¿HASTA CUÁNDO? (I)

Juanita descansaba recostada sobre la almohada. El libro que portaba entre las manos se le cerraba porque el sueño la vencía. Al final del día apenas le quedaban fuerzas para continuar su lectura. El cansancio unido al sufrimiento que desde hacía algún tiempo venía arrastrando, conformaban una mezcla extraña de sentimientos que, además de no permitirle descansar, le impedía concentrarse hasta el punto de hacer inalcanzable el final del libro que ya no recordaba cuando comenzó a leer. Con los ojos entreabiertos, notaba cómo las líneas del negro sobre blanco se distorsionaban y no lograba centrarse en la lectura. Aunque lo intentaba, no avanzaba más de dos o tres páginas cada noche. Se hacía eterno.


No conseguía lograr su intento, porque sus problemas le llenaban la mente. Ésto le permitía ecordar; realizar una panorámica que, aunque breve, le permitía concentrar de forma bastante exhaustiva todo su pasado, su presente y ........¿su futuro?. La mujer analizaba sus recuerdos. Éstos se agolpaban en su mente haciendo una especie de balance que abarcaba desde su niñez; desde que tenía conciencia de lo que acontecía a su alrededor. Con tristeza podía comprobar que, aunque los años han pasado, y a pesar de tantos cambios; de la evolución que se ha producido en algunos aspectos del mundo que nos rodea, hay cosas que, por desgracia, siguen igual. Todo se repite aunque nos parezca mentira.

Juanita recuerda que siendo aún una niña, su abuela, una anciana viuda a la que el paso del tiempo le había dejado sus huellas, no solo en el rostro sino también en el alma, no se cansaba de contarle una y otra vez anécdotas de su vida pasada. Doña Juana no paraba de contar. Muchas veces repetía las mismas historias, lo que permitía a Juanita aprendérselas casi de memoria y recordarlas como si de vivencias propias se tratara.

Contaba doña Juana que, nada más casarse, su marido, al primer contratiempo, intentó azotarle con una “madeja de cuerda” que utilizaba para la caballería, pero la señora, sin amilanarse, se enfrentó a su esposo, al que no le llegaba al hombro, diciéndole mientras se colocaba con los “brazos en jarras”.

"¡Como te atrevas a pegarme, me voy con mi padre!".

El bisabuelo materno de Juanita tenía cuatro hijas que eran las “niñas de sus ojos”.

Ante la actitud de su mujer, posiblemente, el abuelo de Juanita se lo pensaría dos veces antes de intentar de nuevo ponerle las manos, o la cuerda, encima a su esposa, pero qué duda cabe, que esta señora sufrió malos tratos psicológicos un día sí y otro también. Actitud que doña Juana conllevaba como Dios le daba a entender ya que ese era su destino.

La paciencia que esta señora derrochó, a lo largo de toda su vida, con su marido, lo demuestra otra situación que relataba la abuela. Esta vez tuvo que andar unos cuantos kilómetros mientras anochecía en pleno invierno. El motivo fue la necesidad de ir a comprar tabaco para su marido. Éste era un hombre muy exigente y cuando llegaba a su casa después de la jornada, quería tener todo a punto; comida, ropa, tabaco, etc., y cuando algo de esto no estaba a su debido tiempo se enfurecía tanto que todos se ponían a temblar, sobre todo la abuela, ante la actitud de su esposo. Un día que este señor llegó a su casa y se encontró con que su mujer no le había comprado el tabaco, montó en cólera hasta el punto que la señora tuvo que ir andando hasta la barriada más cercana para comprar el preciado producto. Vivían en un cortijo que distaba unos cuantos kilómetros de dicha barriada. Kilómetros que la abuela de Juanita hubo de caminar doblemente: ida y vuelta. Salió de su casa poniéndose el sol y volvió de noche envuelta en su mantón para protegerse del frío. Era pleno invierno.

La respuesta de la abuela ante la primera amenaza de su esposo, dice mucho del carácter de esta señora para la que, a pesar de todo, la obediencia a su marido, debía estar por encima de cualquier otra cosa en su vida. Pero aunque doña Juana desde el principio le había dejado claro a su esposo que era una mujer de “armas tomar”, Juanita sabía que su abuela, a lo largo de toda su vida, había sufrido todo tipo de vejaciones; una mujer alienada sin un atisbo de conocimiento de lo que significaba el concepto de libertad. Era lo normal en el matrimonio. Posiblemente la mujer, en general, no era consciente en esa época de lo que hoy conocemos por malos tratos, porque aguantar y obedecer al marido era algo que iba unido al compromiso matrimonial. Juanita recuerda una frase que su abuela repetía con mucha frecuencia: “El matrimonio es como una sandía; hasta que no la partes, no sabes como es por dentro”.


Así cuando una mujer se casaba y el marido era una persona que, al menos, respetaba a su esposa, todos consideraban que ella había tenido mucha suerte. En pocas palabras; como si le hubiera tocado la lotería.

Esto que acabamos de mencionar es solo la “punta del iceberg” en la vida de esta señora. Eran infinitas las situaciones semejantes que doña Juana contaba a su nieta. Doña Juana fue madre de doce hijos, algunos de los cuales se le fueron quedando en el camino debido a la carencia de medios existente en la época. El intervalo entre un embarazo y otro, suponía el tiempo que tardaba en amamantarlos. Los embarazos y la crianza de sus hijos, los hacía compatibles con el trabajo que realizaba para ayudar en la economía familiar. Además de las tareas de su casa y la ayuda que prestaba a su marido en las labores del campo, doña Juana, en tiempos de penuria económica, que era casi siempre, realizaba menesteres de mercancías; transportaba en las caballerías productos agrícolas a otras pedanías que carecían de los mismos. Unas veces lo hacía a cambio de dinero. Otras, cambiaba sus productos por otros que no se cosechaban en su cortijo.

Juanita sigue recordando: a pesar del cansancio, el sueño no acaba de llegar. Le entristece pensar que, con el paso del tiempo, la vida de su madre, no fue muy diferente a la de su abuela. La madre de Juanita heredó el carácter de su madre, pero igual que a su antecesora, tampoco le sirvió de mucho. A lo largo de los años, la mujer, en general, ha tenido conciencia de ser una ciudadana de segunda categoría, y ha tratado de revelarse. Otra cosa es que le hayan permitido hacerlo. Algo en su interior le llevaba a expresar el malestar que esa situación le causaba pero siempre había alguien a su lado, casi siempre una mujer: su madre, que se encargaba de recordarle cual era su papel en una sociedad dividida entre hombres y mujeres, en la que los primeros mandan y las segundas obedecen.

La madre de Juanita, era la única mujer entre sus hermanos varones. La época y el lugar donde vivían, eran unas circunstancias que no les permitían disponer de colegio al que acudir para obtener una formación imprescindible, por lo que un maestro era el que acudía a los domicilios de la comarca a enseñar a los niños de la familia. Los padres solo proporcionaban enseñanza a los hijos varones. Siempre decían: “Los hombres deben enseñarse a leer y escribir porque han de ir al servicio militar”.

La madre de Juanita manifestó su deseo de aprender igual que lo hacían sus hermanos. No fue tarea fácil, pero lo consiguió. Esta mujer es de las poquitas de su época que, viviendo en circunstancias similares, se enseñó a leer y a escribir. Por desgracia, una gran mayoría siguen siendo analfabetas. Siempre escuchaban decir a sus padres la misma frase: “Para cuidar la casa y criar a los hijos no hace falta ir a la escuela”.

Cuando esta señora se casó trabajó tanto como su marido para sacar a sus hijos adelante. Como a tantas y tantas mujeres en su misma situación, el trabajo realizado fuera de casa jamás se le reconoció. Tampoco el que llevaban a cabo dentro del hogar. Es algo que conlleva el hecho de ser mujer.

La madre de Juanita fue siempre una mujer sometida de forma aberrante a su marido. Había ocasiones en las que esta mujer, igual que anteriormente lo había hecho su madre, refería algún hecho de su vida. Hechos que a Juanita, muchos de ellos le resultaban familiares. Ella los presenciaba; vivía la relación existente entre sus padres. Recuerda como su padre, “en menos que canta un gallo”, mandaba callar a su mujer sin tener en cuenta que estuvieran solos o que alguien presenciara la escena. La frase que su padre repetía era casi siempre la misma: “¿Y tu qué sabes?”.

Frase que en gran cantidad de ocasiones dirigía también a Juanita y a sus hermanos. Juanita piensa que el carácter que su madre ha ido adquiriendo a lo largo de los años, es fruto de la represión que sufrió todo el tiempo que estuvo casada. Cuando enviudó, tomó el rol que su marido había ejercido durante toda su vida. Entonces era ella la que mandaba callar a todo el mundo.

Juanita recuerda cómo su padre, sobre todo los días de fiesta, salía con sus amigos mientras que su madre se quedaba en casa preparando la comida para cuando su marido regresara. Juanita se entristece cuando piensa en las situaciones de sufrimiento vividas por su madre, pero no deja de reconocer que esa era la forma de vida en general de todas las mujeres de su época. De su época y de todas las épocas; nada había cambiado. Lo que vivía su madre era una copia de lo que había escuchado contar a su abuela. Entonces ya vivían en un pueblo y Juanita recuerda cuando su madre se reunía con sus vecinas para hablar de sus cosas; la vida de todas ellas era más o menos igual. Se quejaban de las “rarezas” de sus maridos, a la vez que se alegraban de no tener la desgracia de recibir palizas como otras mujeres.

El padre de Juanita era el único varón en su familia y estaba acostumbrado a que sus hermanas estuvieran tan pendientes de complacer sus deseos que él por sí mismo no sabía hacer nada de puertas para adentro. Cuando se casó, el papel de las hermanas hubo de suplirlo su mujer que se deshacía atendiendo las exigencias de su esposo. Juanita tiene varias hermanas. Su padre ha tenido siempre a su alrededor mujeres que le sirvieran, generación tras generación. Este señor ordenaba, tanto a su esposa como a sus hijas que le lavaran los pies, y ellas se arrodillaban en el suelo para atender la demanda de su esposo y padre.

Juanita recuerda como su madre robaba horas al sueño para poder atender todas las obligaciones que debía desempeñar: organizar su casa, ayudar a su marido en las tareas del campo y realizar labores de costura para poder colaborar en la economía del hogar. El cansancio era una constante en la vida de la madre de Juanita. Igual lo había sido en la de su abuela. Lo mismo que le sucedía a ella. Sentada en la cama con el libro entre las manos, mientras su pensamiento divaga por sus recuerdos, cree ver a su madre que, en su misma situación se dedicaba a hacer zurcidos o remiendos en la ropa de su familia. El día se quedaba pequeño para atender a todo lo que había que hacer.

1 comentario:

Geraldine dijo...

La historia de Juanita no me es ajena amiga y creo que en muchas familias ese relato es demasiado conocido y padecido. Sigo leyendo.

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