jueves, 9 de diciembre de 2010

GUARDERIAS

GUARDERÍAS


En este mundo que nos hemos forjado con nuestro propio esfuerzo. Mundo de igualdades, de equilibrio y de compartir. Todos disfrutamos por igual de derechos y deberes; todos trabajamos; hombres y mujeres, sin discriminación, por lo menos aparentemente. Hecho que resulta muy positivo, siempre que no profundicemos demasiado en la reorganización familiar que esta igualdad conlleva, sobre todo en las familias más jóvenes que, a la hora de tener un hijo, se lo han de pensar dos veces. El planteamiento no es tan fácil como parece. Últimamente nos quejamos de que nuestros jóvenes no se decidan a que el índice de natalidad aumente.

Por razones que me voy a permitir no exponer en esta misiva, he tenido la posibilidad de saber lo que unos padres han de pagar cada mes por tener a su hijo en una guardería. Tampoco voy a enunciar aquí una cantidad, lo que sí puedo asegurar es que dicha cantidad supone una buena parte del presupuesto familiar. No, no se trata de una guardería privada, sino de una que está subvencionada por la Administración Autonómica. Es decir, se trata de una guardería subvencionada por uno de nuestros Gobiernos Autonómicos. Increíble, pero cierto. ¿Alguien puede comprender que un servicio público pueda funcionar así?. ¿Será ésta la respuesta a la pregunta que nos hacíamos anteriormente respecto a la tasa de natalidad?.

Todos nos felicitamos de los logros laborales conseguidos por la mujer hasta ahora, pero si los organismos competentes no colaboran y ayudan a las familias en el cuidado de los menores mientras el padre y la madre trabajan, el logro no estaría completo. Para conseguirlo debemos ponernos ya “manos a la obra”. Vamos a dejar de parchear en un tema tan importante y decisivo para el futuro de nuestra sociedad; a poner solución a este problema cuyas consecuencias las estamos sufriendo ya; una sociedad envejecida, que sólo nosotros podemos cambiarla.

Posiblemente habría que pensar en ofrecer un servicio de guarderías gratuito o, en su defecto, el pago de una cuota asequible a la economía familiar. Tampoco sería ningún disparate la concesión de bajas maternales lo suficientemente prolongadas como para atender a los pequeños hasta que puedan ir al colegio (en algún país europeo ya se han puesto en práctica). Cualquiera que sea, la solución es necesaria ya, de lo contrario nuestra sociedad no se renovará lo suficiente como para mantener el equilibrio social que nos permita la garantía social y económica que un país necesita.


Es necesario que las autoridades competentes tomen conciencia de que, a este tema se le debe prestar la debida atención; dedicarle el tiempo y los medios suficientes para tratar de poner en práctica la solución oportuna.

viernes, 8 de octubre de 2010

SOBRE LA HUELGA GENERAL

Hablar sobre la huelga general es una falta de respeto hacia las personas que están en situación precaria debido a la crisis que vive el país. La gente que está en paro sabe que esta movilización no se ha realizado para crear trabajo, para salir de la pobreza a la que esta situación les ha llevado. Lo que se ha realizado el día 29 de septiembre, sólo ha sido un simulacro para disimular la estrecha relación económica que existe entre Gobierno y ”Sindicatos de Clase”, (por cierto, ¿a qué clase pertenecen estos sindicatos que han organizado esta clase de huelga?, ¿a la clase de parásitos que viven de forma opulenta, o por lo menos eso es lo que aparentan, a costa de los Presupuestos Generales del Estado?).



La huelga se ha convocado, pienso yo, por “vergüenza torera”. Hasta ahora, habían afrontado, como “Dios les daba a entender”, las críticas de los ciudadanos, porque ante la que está cayendo desde hace bastante tiempo, no habían dicho “esta boca es mía”. Hasta ahora, cuando se han pronunciado los sindicatos, lo han hecho de forma suave, como para no molestar a quien les financia la economía de la que disfrutan, pero ya se han decidido a actuar, aunque sin mucho convencimiento de lo que realmente pretenden con esta “Magna Huelga”. Se deduce que hacer ruido, eso es lo que han conseguido. Pero nada más.

Aunque a última hora el mensaje de la huelga se ha centrado en la Reforma Laboral del Gobierno: quieren que rectifique en algunos aspectos de la misma, porque no beneficia a los trabajadores, la verdad es que cuando se decidió la fecha de la huelga, antes de las vacaciones, dato que puede parecer insignificante, pero la verdad es que han tenido tiempo suficiente para estudiar los argumentos que justifiquen la movilización del país.
Anteriormente, hablaban los sindicatos de protestar contra la Banca, los empresarios, etc. Contra cualquiera con tal de no molestar al Gobierno. Ahora ya tienen claro contra quien hay que protestar: contra la Reforma Laboral. Y me pregunto si para reformar una ley hace falta organizar una huelga general, es decir, intentar levantar un País entero, (aunque no lo hayan conseguido), País, que lo único que quiere es trabajar y no hacer una huelga que en nada le favorece. Sólo conlleva un evento de estas características, unos gastos económicos, tanto a nivel individual, como general, que el País no puede permitirse porque, como todos sabemos, no está para despilfarros. Por otra parte, ¿qué sentido tiene protestar por la Reforma Laboral, cuando ha sido aprobada por el Senado, el día 25 de agosto, y por el Congreso el 9 de septiembre?. Seguro que algún iluminado ya sabía lo que iba a pasar.

En definitiva se moviliza a la gente porque los sindicatos no son capaces de negociar con el Gobierno algo tan elemental como es cambiar o complementar unas leyes. Cambio que se puede realizar antes de que se aprueben y no esperar a que estén aprobadas y luego llamar al pueblo a la manifestación.
La huelga no se convoca porque no se le ve la solución a una crisis que ya dura demasiado tiempo y que, parece ser, que aún no ha llegado lo peor. Y cuya solución no creo que esté precisamente, en bajar o congelar sueldos y pensiones y subir impuestos.
Tampoco se ha convocado la huelga por el problema que representa el número de parados, que aumenta de forma alarmante. Nadie habla de que nuestro País se está quedando en el furgón de cola de la Comunidad Europea, en cuanto a la economía se refiere, y nadie es capaz de afrontar reformas estructurales que son tan necesarias para sanear la economía desde sus pilares, y no seguir pegando parches como se está haciendo hasta ahora.


Los sindicatos no le hacen la huelga al Gobierno, se la hacen a su Reforma Laboral. No le dicen que dimita; el Gobierno en pleno, por su incompetencia ante una situación a la que deben enfrentarse y resolver, para que no afecte a los ciudadanos, a las familias trabajadoras que necesitan el sueldo para subsistir, puesto que ese es su deber. Para eso están y para eso les pagamos todos los españoles. Claro que, tampoco podemos pedirle más a quien no tiene más. Porque, no olvidemos que todos los Expedientes de Regulación de Empleo (E.R.E.S.), que se han ido produciendo durante los últimos años, les han proporcionado a los “sindicatos de clase” unos beneficios económicos, que sólo ellos conocerán, hecho que raya en la desvergüenza. Bueno, pues con todo esto, los sindicatos sólo le piden al Gobierno el día de la huelga que rectifiquen el texto de la Reforma Laboral.
Desde mi punto de vista es un argumento poco consistente como para intentar paralizar un País, que está cansado de pasarlo mal en los últimos años, y que si va a la huelga lo va a ver reflejado en su nómina que va a ser más delgada que la del mes anterior de forma considerable. Esto si tiene la suerte de estar trabajando.

El Derecho a la Huelga viene reflejado, como todos sabemos, en nuestra Carta Magna. El articulo 28.2 de la misma dice “Se reconoce el derecho a la huelga de los trabajadores para la defensa de sus intereses. La ley que regula el ejercicio de este derecho establecerá las garantías precisas para asegurar el mantenimiento de los servicios esenciales de la comunidad”. La verdad es que, aunque la huelga sea un derecho constitucional, en España no tenemos una Ley de Huelga propiamente dicha. No existe una ley que regule el ejercicio de este derecho. No se puede permitir una huelga en la que los trabajadores se vean coaccionados por los piquetes que, más que facilitar este derecho a los ciudadanos, lo que hacen es crearles problemas, puesto que no los dejan en libertad para ejercerlo o no.

Por otro lado, no podemos olvidar que la misma Constitución que le otorga al ciudadano el Derecho a la Huelga cuando lo crea necesario, también afirma en el Art. 35.1 que,”todos los españoles tienen el Deber de Trabajar y el Derecho al Trabajo…….”. Y yo me pregunto: ¿acaso cuando se presiona al trabajador a seguir una huelga, no se le está privando del derecho constitucional del Art. 35?.

La huelga como derecho del trabajador, del ciudadano, que desea o necesita realizar una protesta por alguna situación laboral injusta, me parece muy democrático y saludable, puesto que tenemos la suficiente libertad para ejercerla siempre que lo creamos conveniente. Lo que no es de recibo, por un lado, es que el resto de los ciudadanos se vean privados de unos servicios que el día de la huelga no van a funcionar (al cien por cien). Por otro lado, el trabajador, el que ejerce el derecho constitucional, tenga que pagar de su bolsillo, de su sueldo, la incompetencia de unos sindicatos que son incapaces de negociar con quien proceda (gobiernos, empresarios, etc.), los problemas que plantean los trabajadores. Es entonces, cuando se convoca a los ciudadanos a la movilización para que, dicho en lenguaje coloquial, les “saquemos las castañas del fuego”. Porque, qué duda cabe, que la huelga, en última instancia, es la consecuencia del fracaso de las “negociaciones” que realizan los sindicatos cuando pretenden conseguir derechos para los trabajadores. Son ellos, los sindicatos, los que deben negociar. Negociar hasta conseguir las reivindicaciones que pretenden conseguir, porque todos los trabajadores no se pueden permitir el lujo de secundar la huelga, porque que les va a costar un dinero que les hace falta en su hogar. Y eso cuando la huelga es de un día, como esta que comentamos, pero cuando dura varios días, o se prolonga en el tiempo, ya me dirán con qué sueldo se va encontrar el trabajador a final de mes.


Además no debemos olvidar que la organización de una movilización de este tipo, tiene un presupuesto económico, que se escapa a nuestro conocimiento, y que se ha de pagar con dinero público.
Y yo me pregunto, ¿donde está el dinero que el Gobierno aporta a los “sindicatos de clase” cada año?. ¿En que se gasta?, si los liberados siguen cobrando el sueldo de sus empresas.
¿Acaso los sindicatos no pueden plantearse paliar de alguna forma la economía de las personas que quieren participar en la huelga?. Al fin y al cabo, el dinero que utilizarían en este menester sería de todos los ciudadanos, puesto que sale de las arcas del Estado.
Derechos, derechos, pero, ¿a que precio?, ¿y los deberes de los sindicatos hacia los trabajadores, afiliados o no?

No voy a comentar si la huelga ha sido un éxito o no, la guerra de cifras que se produce en estos casos, es una forma más de tomarle el pelo a los ciudadanos.
Por otra parte, sea un éxito o no, todo va a seguir igual. Los sindicatos van a interpretar su papel. Porque, sería de tontos matar a la gallina de los huevos de oro, que es lo que el Gobierno representa para ellos, y a quienes dirigen los sindicatos, se les puede calificar de cualquier cosa, menos de tontos.
Pero hay algo de lo que no podemos dudar, y es que esta huelga para lo único que ha servido ha sido para poner de manifiesto el mal funcionamiento de las principales centrales sindicales de nuestro país.

domingo, 26 de septiembre de 2010

¿Hasta cuando? (II)

La historia se repite y una muestra de ello es el estado en el que la propia Juanita se encuentra. Esta mujer está sola. Tomó la decisión de separarse de su marido cuando ya no podía seguir adelante con la situación que venia arrastrando desde que se casó con él. Situación que, con el paso del tiempo fue empeorando hasta hacerse insostenible. A Juanita, igual que a su madre y a su abuela, la educaron para ser la “ama de casa perfecta”. Las labores del hogar las lleva a cabo a la perfección. No realizó estudios específicos. Se casó muy joven como correspondía a su época. El futuro más óptimo al que la mujer podía aspirar era el matrimonio, estado que le proporcionaba una seguridad económica y familiar. Desde la perspectiva del tiempo pasado, Juanita piensa que quizás, o, por qué no, ciertamente, tuvo la posibilidad de estudiar, buscar un trabajo y adquirir una independencia económica de la que carecía. Pero en aquel momento debía adaptarse a las circunstancias de la época en que vivía y ser coherente con la mentalidad del momento. Su futuro era el matrimonio y le faltó valor para enfrentarse a sus padres y expresarles su deseo: “Ahora quiero estudiar. El matrimonio lo dejaremos para más adelante”
Juanita ve como pasan los años y ella sigue relegada, reduciéndose al ámbito de su hogar todo su “campo de acción”. Las tareas disminuyen a medida que sus hijos crecen. Cada vez dependen menos de ella. Juanita, cada día dispone de más tiempo libre. Tiempo que intenta llenar haciendo cosas útiles. Tomar café con las amigas o salir de compras le parece insuficiente para ocupar el tiempo del que dispone. A pesar de todo, Juanita se consideraba, como lo había hecho su madre, una mujer privilegiada. Nunca había sufrido malos tratos físicos por parte de su marido. Nunca le había pegado. Aún así, se había considerado una mujer maltratada. El sometimiento hacia su marido era tal que durante todo el tiempo que estuvo casada con él no se había considerado una mujer libre para tomar decisión alguna. No se había sentido nunca con la autosuficiencia que le permitiera poder compaginar sus tareas familiares con las laborales. Nunca fue Juanita una mujer lo suficientemente libre como para decidir su vida con el apoyo y la ayuda de su marido. Su abuela no lo había sido. Su madre tampoco. Pero lo más triste de todo es que cuatro generaciones después, su hija tampoco lo era.


En un momento determinado de su vida, Juanita se hace el planteamiento, ¿por qué no?, de continuar con los estudios que dejó sin concluir antes de casarse y, si puede, seguir realizando estudios superiores que le permitan acceder a un puesto de trabajo. Cualidades y voluntad no le faltaban, pero esta decisión que, al final realizó con mucho esfuerzo y no pocos problemas, a veces se convertía en un motivo para que en su hogar se llevaran a cabo verdaderos combates, en los que siempre era ella la que daba su brazo a torcer. La batalla campal en la que se fue convirtiendo, poco a poco la vida de Juanita y su marido le llevó a tomar la decisión de terminar con su matrimonio. La ruptura con su marido era la única opción que le quedaba a Juanita para poder llevar a cabo alguna tarea fuera del hogar que le permitiera ampliar el círculo de sus relaciones sociales. Así mismo era la única forma de poder adquirir una independencia económica mediante el ejercicio de una profesión, derecho, por otra parte, al que todo ser humano debe aspirar.
Juanita, aunque vive sola y lleva una vida independiente, se relaciona con sus hijos bastante a menudo. Todos viven fuera de casa, pero ella les dedica todo el tiempo que puede. Su vida es tranquila, pero la tristeza se refleja en sus ojos cuando recuerda el calvario que supuso el camino hasta llegar a la separación definitiva del que fue su marido. La vida de Juanita se convirtió en un infierno. Broncas, insultos, indefensión, etc. Una de las situaciones más duras que esta mujer tuvo que sufrir fue todo el proceso judicial; el hecho de contar sus intimidades delante de personas desconocidas, cuya labor consiste en decidir sobre su vida.

Además de todo este proceso, nuestra protagonista debió enfrentarse a todas las habladurías que su nueva situación conllevaba. Lo más triste de todo era que los comentarios que llegaban a sus oídos, provenían de su propia familia. Echó de menos el apoyo necesario en momentos tan decisivos y nada fáciles para nadie, con la dificultad añadida de la época en que a ella le tocó vivirlos. La primera “bofetada” que recibió fue la de su madre. Cuando Juanita le informó de su decisión, aquella le contestó: “Hoy las mujeres no aguantáis nada, ¡con lo que yo le aguanté a tu padre!”.

Fue esa frase o alguna parecida la que su madre, su querida madre le soltó cuando más ayuda necesitaba. Juanita, a pesar de todo, comprendía a su madre, a cuya educación y mentalidad no se le podían pedir más.
De pronto Juanita se da cuenta de que su pensamiento y sus recuerdos ya no pertenecen al pasado. ¿Recuerdos?. No, su pensamiento se detiene en el presente. Aquí y ahora. En el mañana. Piensa en su hija; una de sus hijas está viviendo la misma situación que ella vivió hace algunos años. El mismo calvario. Su niña, a la que Juanita, igual que al resto de sus hijos, adora, y por la que, llegado el caso, sería capaz de dar su vida. Lo que ella daría por evitarle a su querida hija el sufrimiento que está pasando. Y el que le queda por pasar. Estas situaciones parece que se eternizan.

Esta joven pertenece a una generación en la que la mujer se ha igualado al varón en una proporción muy considerable. La generación que goza de una igualdad casi impensable en otros tiempos. Igualdad legal, social, cultural, laboral, etc., que no se corresponde con la discriminación que la mujer sigue sufriendo dentro del hogar, en la propia familia. Esta generación, aunque parezca mentira, sigue padeciendo dentro de su círculo familiar la misma marginación que su madre, su abuela y su bisabuela. Algo increíble. Incomprensible.


La hija de Juanita es una mujer de hoy, con unos estudios terminados y un futuro profesional que desarrollar. En su matrimonio “todo va bien” hasta que se plantea tener un hijo. Como cualquier mujer actual, la hija de Juanita pretende compaginar su vida familiar con el desarrollo de su profesión, pero su marido no está dispuesto a poner nada de su parte. Este joven le plantea a su mujer la disyuntiva entre seguir trabajando o quedarse en casa para cuidar a los hijos que piensa tener. La joven no está dispuesta a ceder ante la imposición de su marido. Nadie puede impedir a nadie el ejercicio de sus derechos, y esta mujer está dispuesta a ejercerlos porque se considera capaz de realizarlos, siempre que pueda contar con la colaboración de la persona que esté a su lado; una persona en la que encontrar el apoyo necesario a la hora de llevar a cabo sus tareas.
Este planteamiento que, en principio parece muy extremado, desgraciadamente no es poco frecuente en la sociedad actual, en la que la mujer ha entrado a formar parte del mundo laboral de forma generalizada. Esta situación tan triste y radical que vive la joven hace que su matrimonio se vaya deteriorando hasta terminar con la vida en común de la joven pareja.
Juanita sufre; ahora sufre por la situación que vive su hija. Sufre porque con el paso del tiempo, las cosas no han cambiado como nos pudiera parecer. Esta mujer piensa, y no es la primera vez que lo hace, en la solución a este problema. En principio, la diferencia existente entre las distintas generaciones está en la posibilidad que Juanita y su hija han tenido de separarse de sus maridos, cuando sus matrimonios ya no se mantenían en pie. En cambio, su madre y su abuela no tuvieron esa posibilidad. Siguen con sus maridos hasta el final sin posibilidad de independencia alguna.
Por su parte, la generación de Juanita es la que sufre las consecuencias del cambio, cargando con las críticas que su nueva situación conlleva. Pero aunque se resuelvan de diferente forma, los problemas que sufren las cuatro generaciones son iguales, una tras otra. Problemas que cada vez se van planteando de forma más lamentable y con los resultados irremediables que todos conocemos y que, por desgracia, cada día van en aumento. Esta mujer piensa, y no cree estar equivocada, que hasta que el hombre no intervenga de una forma seria y tajante en esta cuestión, los problemas relacionados con el género y la distribución de roles, no se van a solucionar. Hasta ahora la lucha se mantiene entre el hombre y la mujer. La intervención del hombre para intentar solucionar estos problemas sería diferente. El maltratador habría de enfrentarse a otro hombre; alguien que está a su misma altura. Posiblemente la situación podría cambiar.
Todo se repite y Juanita se pregunta, ¿hasta cuándo?.

-¿Hasta cuando va a seguir la situación de desigualdad, de marginación, de alienación y de sometimiento que la mujer (mayoritariamente) está sufriendo?.
-¿Hasta cuándo la falta de apoyo hacia la mujer para que esta situación pueda cambiar?.

-¿Hasta cuándo va a continuar el problema de la desigualdad en el matrimonio en cuanto a los roles que han de desempeñar ambos cónyuges?.

-¿Hasta cuándo la falta de respeto hacia la mujer, sobre todo de las personas que tiene más cerca?.

Al fin es vencida por el cansancio y el sueño. Mientras va recostando su cabeza sobre la almohada para descansar, Juanita intenta reponer fuerzas con el descanso nocturno, pues al día siguiente debe seguir con las tareas que le aguardan. A pesar de todo, sigue preguntándose, ¿hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?.

sábado, 25 de septiembre de 2010

¿HASTA CUÁNDO? (I)

Juanita descansaba recostada sobre la almohada. El libro que portaba entre las manos se le cerraba porque el sueño la vencía. Al final del día apenas le quedaban fuerzas para continuar su lectura. El cansancio unido al sufrimiento que desde hacía algún tiempo venía arrastrando, conformaban una mezcla extraña de sentimientos que, además de no permitirle descansar, le impedía concentrarse hasta el punto de hacer inalcanzable el final del libro que ya no recordaba cuando comenzó a leer. Con los ojos entreabiertos, notaba cómo las líneas del negro sobre blanco se distorsionaban y no lograba centrarse en la lectura. Aunque lo intentaba, no avanzaba más de dos o tres páginas cada noche. Se hacía eterno.


No conseguía lograr su intento, porque sus problemas le llenaban la mente. Ésto le permitía ecordar; realizar una panorámica que, aunque breve, le permitía concentrar de forma bastante exhaustiva todo su pasado, su presente y ........¿su futuro?. La mujer analizaba sus recuerdos. Éstos se agolpaban en su mente haciendo una especie de balance que abarcaba desde su niñez; desde que tenía conciencia de lo que acontecía a su alrededor. Con tristeza podía comprobar que, aunque los años han pasado, y a pesar de tantos cambios; de la evolución que se ha producido en algunos aspectos del mundo que nos rodea, hay cosas que, por desgracia, siguen igual. Todo se repite aunque nos parezca mentira.

Juanita recuerda que siendo aún una niña, su abuela, una anciana viuda a la que el paso del tiempo le había dejado sus huellas, no solo en el rostro sino también en el alma, no se cansaba de contarle una y otra vez anécdotas de su vida pasada. Doña Juana no paraba de contar. Muchas veces repetía las mismas historias, lo que permitía a Juanita aprendérselas casi de memoria y recordarlas como si de vivencias propias se tratara.

Contaba doña Juana que, nada más casarse, su marido, al primer contratiempo, intentó azotarle con una “madeja de cuerda” que utilizaba para la caballería, pero la señora, sin amilanarse, se enfrentó a su esposo, al que no le llegaba al hombro, diciéndole mientras se colocaba con los “brazos en jarras”.

"¡Como te atrevas a pegarme, me voy con mi padre!".

El bisabuelo materno de Juanita tenía cuatro hijas que eran las “niñas de sus ojos”.

Ante la actitud de su mujer, posiblemente, el abuelo de Juanita se lo pensaría dos veces antes de intentar de nuevo ponerle las manos, o la cuerda, encima a su esposa, pero qué duda cabe, que esta señora sufrió malos tratos psicológicos un día sí y otro también. Actitud que doña Juana conllevaba como Dios le daba a entender ya que ese era su destino.

La paciencia que esta señora derrochó, a lo largo de toda su vida, con su marido, lo demuestra otra situación que relataba la abuela. Esta vez tuvo que andar unos cuantos kilómetros mientras anochecía en pleno invierno. El motivo fue la necesidad de ir a comprar tabaco para su marido. Éste era un hombre muy exigente y cuando llegaba a su casa después de la jornada, quería tener todo a punto; comida, ropa, tabaco, etc., y cuando algo de esto no estaba a su debido tiempo se enfurecía tanto que todos se ponían a temblar, sobre todo la abuela, ante la actitud de su esposo. Un día que este señor llegó a su casa y se encontró con que su mujer no le había comprado el tabaco, montó en cólera hasta el punto que la señora tuvo que ir andando hasta la barriada más cercana para comprar el preciado producto. Vivían en un cortijo que distaba unos cuantos kilómetros de dicha barriada. Kilómetros que la abuela de Juanita hubo de caminar doblemente: ida y vuelta. Salió de su casa poniéndose el sol y volvió de noche envuelta en su mantón para protegerse del frío. Era pleno invierno.

La respuesta de la abuela ante la primera amenaza de su esposo, dice mucho del carácter de esta señora para la que, a pesar de todo, la obediencia a su marido, debía estar por encima de cualquier otra cosa en su vida. Pero aunque doña Juana desde el principio le había dejado claro a su esposo que era una mujer de “armas tomar”, Juanita sabía que su abuela, a lo largo de toda su vida, había sufrido todo tipo de vejaciones; una mujer alienada sin un atisbo de conocimiento de lo que significaba el concepto de libertad. Era lo normal en el matrimonio. Posiblemente la mujer, en general, no era consciente en esa época de lo que hoy conocemos por malos tratos, porque aguantar y obedecer al marido era algo que iba unido al compromiso matrimonial. Juanita recuerda una frase que su abuela repetía con mucha frecuencia: “El matrimonio es como una sandía; hasta que no la partes, no sabes como es por dentro”.


Así cuando una mujer se casaba y el marido era una persona que, al menos, respetaba a su esposa, todos consideraban que ella había tenido mucha suerte. En pocas palabras; como si le hubiera tocado la lotería.

Esto que acabamos de mencionar es solo la “punta del iceberg” en la vida de esta señora. Eran infinitas las situaciones semejantes que doña Juana contaba a su nieta. Doña Juana fue madre de doce hijos, algunos de los cuales se le fueron quedando en el camino debido a la carencia de medios existente en la época. El intervalo entre un embarazo y otro, suponía el tiempo que tardaba en amamantarlos. Los embarazos y la crianza de sus hijos, los hacía compatibles con el trabajo que realizaba para ayudar en la economía familiar. Además de las tareas de su casa y la ayuda que prestaba a su marido en las labores del campo, doña Juana, en tiempos de penuria económica, que era casi siempre, realizaba menesteres de mercancías; transportaba en las caballerías productos agrícolas a otras pedanías que carecían de los mismos. Unas veces lo hacía a cambio de dinero. Otras, cambiaba sus productos por otros que no se cosechaban en su cortijo.

Juanita sigue recordando: a pesar del cansancio, el sueño no acaba de llegar. Le entristece pensar que, con el paso del tiempo, la vida de su madre, no fue muy diferente a la de su abuela. La madre de Juanita heredó el carácter de su madre, pero igual que a su antecesora, tampoco le sirvió de mucho. A lo largo de los años, la mujer, en general, ha tenido conciencia de ser una ciudadana de segunda categoría, y ha tratado de revelarse. Otra cosa es que le hayan permitido hacerlo. Algo en su interior le llevaba a expresar el malestar que esa situación le causaba pero siempre había alguien a su lado, casi siempre una mujer: su madre, que se encargaba de recordarle cual era su papel en una sociedad dividida entre hombres y mujeres, en la que los primeros mandan y las segundas obedecen.

La madre de Juanita, era la única mujer entre sus hermanos varones. La época y el lugar donde vivían, eran unas circunstancias que no les permitían disponer de colegio al que acudir para obtener una formación imprescindible, por lo que un maestro era el que acudía a los domicilios de la comarca a enseñar a los niños de la familia. Los padres solo proporcionaban enseñanza a los hijos varones. Siempre decían: “Los hombres deben enseñarse a leer y escribir porque han de ir al servicio militar”.

La madre de Juanita manifestó su deseo de aprender igual que lo hacían sus hermanos. No fue tarea fácil, pero lo consiguió. Esta mujer es de las poquitas de su época que, viviendo en circunstancias similares, se enseñó a leer y a escribir. Por desgracia, una gran mayoría siguen siendo analfabetas. Siempre escuchaban decir a sus padres la misma frase: “Para cuidar la casa y criar a los hijos no hace falta ir a la escuela”.

Cuando esta señora se casó trabajó tanto como su marido para sacar a sus hijos adelante. Como a tantas y tantas mujeres en su misma situación, el trabajo realizado fuera de casa jamás se le reconoció. Tampoco el que llevaban a cabo dentro del hogar. Es algo que conlleva el hecho de ser mujer.

La madre de Juanita fue siempre una mujer sometida de forma aberrante a su marido. Había ocasiones en las que esta mujer, igual que anteriormente lo había hecho su madre, refería algún hecho de su vida. Hechos que a Juanita, muchos de ellos le resultaban familiares. Ella los presenciaba; vivía la relación existente entre sus padres. Recuerda como su padre, “en menos que canta un gallo”, mandaba callar a su mujer sin tener en cuenta que estuvieran solos o que alguien presenciara la escena. La frase que su padre repetía era casi siempre la misma: “¿Y tu qué sabes?”.

Frase que en gran cantidad de ocasiones dirigía también a Juanita y a sus hermanos. Juanita piensa que el carácter que su madre ha ido adquiriendo a lo largo de los años, es fruto de la represión que sufrió todo el tiempo que estuvo casada. Cuando enviudó, tomó el rol que su marido había ejercido durante toda su vida. Entonces era ella la que mandaba callar a todo el mundo.

Juanita recuerda cómo su padre, sobre todo los días de fiesta, salía con sus amigos mientras que su madre se quedaba en casa preparando la comida para cuando su marido regresara. Juanita se entristece cuando piensa en las situaciones de sufrimiento vividas por su madre, pero no deja de reconocer que esa era la forma de vida en general de todas las mujeres de su época. De su época y de todas las épocas; nada había cambiado. Lo que vivía su madre era una copia de lo que había escuchado contar a su abuela. Entonces ya vivían en un pueblo y Juanita recuerda cuando su madre se reunía con sus vecinas para hablar de sus cosas; la vida de todas ellas era más o menos igual. Se quejaban de las “rarezas” de sus maridos, a la vez que se alegraban de no tener la desgracia de recibir palizas como otras mujeres.

El padre de Juanita era el único varón en su familia y estaba acostumbrado a que sus hermanas estuvieran tan pendientes de complacer sus deseos que él por sí mismo no sabía hacer nada de puertas para adentro. Cuando se casó, el papel de las hermanas hubo de suplirlo su mujer que se deshacía atendiendo las exigencias de su esposo. Juanita tiene varias hermanas. Su padre ha tenido siempre a su alrededor mujeres que le sirvieran, generación tras generación. Este señor ordenaba, tanto a su esposa como a sus hijas que le lavaran los pies, y ellas se arrodillaban en el suelo para atender la demanda de su esposo y padre.

Juanita recuerda como su madre robaba horas al sueño para poder atender todas las obligaciones que debía desempeñar: organizar su casa, ayudar a su marido en las tareas del campo y realizar labores de costura para poder colaborar en la economía del hogar. El cansancio era una constante en la vida de la madre de Juanita. Igual lo había sido en la de su abuela. Lo mismo que le sucedía a ella. Sentada en la cama con el libro entre las manos, mientras su pensamiento divaga por sus recuerdos, cree ver a su madre que, en su misma situación se dedicaba a hacer zurcidos o remiendos en la ropa de su familia. El día se quedaba pequeño para atender a todo lo que había que hacer.
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