domingo, 26 de septiembre de 2010

¿Hasta cuando? (II)

La historia se repite y una muestra de ello es el estado en el que la propia Juanita se encuentra. Esta mujer está sola. Tomó la decisión de separarse de su marido cuando ya no podía seguir adelante con la situación que venia arrastrando desde que se casó con él. Situación que, con el paso del tiempo fue empeorando hasta hacerse insostenible. A Juanita, igual que a su madre y a su abuela, la educaron para ser la “ama de casa perfecta”. Las labores del hogar las lleva a cabo a la perfección. No realizó estudios específicos. Se casó muy joven como correspondía a su época. El futuro más óptimo al que la mujer podía aspirar era el matrimonio, estado que le proporcionaba una seguridad económica y familiar. Desde la perspectiva del tiempo pasado, Juanita piensa que quizás, o, por qué no, ciertamente, tuvo la posibilidad de estudiar, buscar un trabajo y adquirir una independencia económica de la que carecía. Pero en aquel momento debía adaptarse a las circunstancias de la época en que vivía y ser coherente con la mentalidad del momento. Su futuro era el matrimonio y le faltó valor para enfrentarse a sus padres y expresarles su deseo: “Ahora quiero estudiar. El matrimonio lo dejaremos para más adelante”
Juanita ve como pasan los años y ella sigue relegada, reduciéndose al ámbito de su hogar todo su “campo de acción”. Las tareas disminuyen a medida que sus hijos crecen. Cada vez dependen menos de ella. Juanita, cada día dispone de más tiempo libre. Tiempo que intenta llenar haciendo cosas útiles. Tomar café con las amigas o salir de compras le parece insuficiente para ocupar el tiempo del que dispone. A pesar de todo, Juanita se consideraba, como lo había hecho su madre, una mujer privilegiada. Nunca había sufrido malos tratos físicos por parte de su marido. Nunca le había pegado. Aún así, se había considerado una mujer maltratada. El sometimiento hacia su marido era tal que durante todo el tiempo que estuvo casada con él no se había considerado una mujer libre para tomar decisión alguna. No se había sentido nunca con la autosuficiencia que le permitiera poder compaginar sus tareas familiares con las laborales. Nunca fue Juanita una mujer lo suficientemente libre como para decidir su vida con el apoyo y la ayuda de su marido. Su abuela no lo había sido. Su madre tampoco. Pero lo más triste de todo es que cuatro generaciones después, su hija tampoco lo era.


En un momento determinado de su vida, Juanita se hace el planteamiento, ¿por qué no?, de continuar con los estudios que dejó sin concluir antes de casarse y, si puede, seguir realizando estudios superiores que le permitan acceder a un puesto de trabajo. Cualidades y voluntad no le faltaban, pero esta decisión que, al final realizó con mucho esfuerzo y no pocos problemas, a veces se convertía en un motivo para que en su hogar se llevaran a cabo verdaderos combates, en los que siempre era ella la que daba su brazo a torcer. La batalla campal en la que se fue convirtiendo, poco a poco la vida de Juanita y su marido le llevó a tomar la decisión de terminar con su matrimonio. La ruptura con su marido era la única opción que le quedaba a Juanita para poder llevar a cabo alguna tarea fuera del hogar que le permitiera ampliar el círculo de sus relaciones sociales. Así mismo era la única forma de poder adquirir una independencia económica mediante el ejercicio de una profesión, derecho, por otra parte, al que todo ser humano debe aspirar.
Juanita, aunque vive sola y lleva una vida independiente, se relaciona con sus hijos bastante a menudo. Todos viven fuera de casa, pero ella les dedica todo el tiempo que puede. Su vida es tranquila, pero la tristeza se refleja en sus ojos cuando recuerda el calvario que supuso el camino hasta llegar a la separación definitiva del que fue su marido. La vida de Juanita se convirtió en un infierno. Broncas, insultos, indefensión, etc. Una de las situaciones más duras que esta mujer tuvo que sufrir fue todo el proceso judicial; el hecho de contar sus intimidades delante de personas desconocidas, cuya labor consiste en decidir sobre su vida.

Además de todo este proceso, nuestra protagonista debió enfrentarse a todas las habladurías que su nueva situación conllevaba. Lo más triste de todo era que los comentarios que llegaban a sus oídos, provenían de su propia familia. Echó de menos el apoyo necesario en momentos tan decisivos y nada fáciles para nadie, con la dificultad añadida de la época en que a ella le tocó vivirlos. La primera “bofetada” que recibió fue la de su madre. Cuando Juanita le informó de su decisión, aquella le contestó: “Hoy las mujeres no aguantáis nada, ¡con lo que yo le aguanté a tu padre!”.

Fue esa frase o alguna parecida la que su madre, su querida madre le soltó cuando más ayuda necesitaba. Juanita, a pesar de todo, comprendía a su madre, a cuya educación y mentalidad no se le podían pedir más.
De pronto Juanita se da cuenta de que su pensamiento y sus recuerdos ya no pertenecen al pasado. ¿Recuerdos?. No, su pensamiento se detiene en el presente. Aquí y ahora. En el mañana. Piensa en su hija; una de sus hijas está viviendo la misma situación que ella vivió hace algunos años. El mismo calvario. Su niña, a la que Juanita, igual que al resto de sus hijos, adora, y por la que, llegado el caso, sería capaz de dar su vida. Lo que ella daría por evitarle a su querida hija el sufrimiento que está pasando. Y el que le queda por pasar. Estas situaciones parece que se eternizan.

Esta joven pertenece a una generación en la que la mujer se ha igualado al varón en una proporción muy considerable. La generación que goza de una igualdad casi impensable en otros tiempos. Igualdad legal, social, cultural, laboral, etc., que no se corresponde con la discriminación que la mujer sigue sufriendo dentro del hogar, en la propia familia. Esta generación, aunque parezca mentira, sigue padeciendo dentro de su círculo familiar la misma marginación que su madre, su abuela y su bisabuela. Algo increíble. Incomprensible.


La hija de Juanita es una mujer de hoy, con unos estudios terminados y un futuro profesional que desarrollar. En su matrimonio “todo va bien” hasta que se plantea tener un hijo. Como cualquier mujer actual, la hija de Juanita pretende compaginar su vida familiar con el desarrollo de su profesión, pero su marido no está dispuesto a poner nada de su parte. Este joven le plantea a su mujer la disyuntiva entre seguir trabajando o quedarse en casa para cuidar a los hijos que piensa tener. La joven no está dispuesta a ceder ante la imposición de su marido. Nadie puede impedir a nadie el ejercicio de sus derechos, y esta mujer está dispuesta a ejercerlos porque se considera capaz de realizarlos, siempre que pueda contar con la colaboración de la persona que esté a su lado; una persona en la que encontrar el apoyo necesario a la hora de llevar a cabo sus tareas.
Este planteamiento que, en principio parece muy extremado, desgraciadamente no es poco frecuente en la sociedad actual, en la que la mujer ha entrado a formar parte del mundo laboral de forma generalizada. Esta situación tan triste y radical que vive la joven hace que su matrimonio se vaya deteriorando hasta terminar con la vida en común de la joven pareja.
Juanita sufre; ahora sufre por la situación que vive su hija. Sufre porque con el paso del tiempo, las cosas no han cambiado como nos pudiera parecer. Esta mujer piensa, y no es la primera vez que lo hace, en la solución a este problema. En principio, la diferencia existente entre las distintas generaciones está en la posibilidad que Juanita y su hija han tenido de separarse de sus maridos, cuando sus matrimonios ya no se mantenían en pie. En cambio, su madre y su abuela no tuvieron esa posibilidad. Siguen con sus maridos hasta el final sin posibilidad de independencia alguna.
Por su parte, la generación de Juanita es la que sufre las consecuencias del cambio, cargando con las críticas que su nueva situación conlleva. Pero aunque se resuelvan de diferente forma, los problemas que sufren las cuatro generaciones son iguales, una tras otra. Problemas que cada vez se van planteando de forma más lamentable y con los resultados irremediables que todos conocemos y que, por desgracia, cada día van en aumento. Esta mujer piensa, y no cree estar equivocada, que hasta que el hombre no intervenga de una forma seria y tajante en esta cuestión, los problemas relacionados con el género y la distribución de roles, no se van a solucionar. Hasta ahora la lucha se mantiene entre el hombre y la mujer. La intervención del hombre para intentar solucionar estos problemas sería diferente. El maltratador habría de enfrentarse a otro hombre; alguien que está a su misma altura. Posiblemente la situación podría cambiar.
Todo se repite y Juanita se pregunta, ¿hasta cuándo?.

-¿Hasta cuando va a seguir la situación de desigualdad, de marginación, de alienación y de sometimiento que la mujer (mayoritariamente) está sufriendo?.
-¿Hasta cuándo la falta de apoyo hacia la mujer para que esta situación pueda cambiar?.

-¿Hasta cuándo va a continuar el problema de la desigualdad en el matrimonio en cuanto a los roles que han de desempeñar ambos cónyuges?.

-¿Hasta cuándo la falta de respeto hacia la mujer, sobre todo de las personas que tiene más cerca?.

Al fin es vencida por el cansancio y el sueño. Mientras va recostando su cabeza sobre la almohada para descansar, Juanita intenta reponer fuerzas con el descanso nocturno, pues al día siguiente debe seguir con las tareas que le aguardan. A pesar de todo, sigue preguntándose, ¿hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?.

sábado, 25 de septiembre de 2010

¿HASTA CUÁNDO? (I)

Juanita descansaba recostada sobre la almohada. El libro que portaba entre las manos se le cerraba porque el sueño la vencía. Al final del día apenas le quedaban fuerzas para continuar su lectura. El cansancio unido al sufrimiento que desde hacía algún tiempo venía arrastrando, conformaban una mezcla extraña de sentimientos que, además de no permitirle descansar, le impedía concentrarse hasta el punto de hacer inalcanzable el final del libro que ya no recordaba cuando comenzó a leer. Con los ojos entreabiertos, notaba cómo las líneas del negro sobre blanco se distorsionaban y no lograba centrarse en la lectura. Aunque lo intentaba, no avanzaba más de dos o tres páginas cada noche. Se hacía eterno.


No conseguía lograr su intento, porque sus problemas le llenaban la mente. Ésto le permitía ecordar; realizar una panorámica que, aunque breve, le permitía concentrar de forma bastante exhaustiva todo su pasado, su presente y ........¿su futuro?. La mujer analizaba sus recuerdos. Éstos se agolpaban en su mente haciendo una especie de balance que abarcaba desde su niñez; desde que tenía conciencia de lo que acontecía a su alrededor. Con tristeza podía comprobar que, aunque los años han pasado, y a pesar de tantos cambios; de la evolución que se ha producido en algunos aspectos del mundo que nos rodea, hay cosas que, por desgracia, siguen igual. Todo se repite aunque nos parezca mentira.

Juanita recuerda que siendo aún una niña, su abuela, una anciana viuda a la que el paso del tiempo le había dejado sus huellas, no solo en el rostro sino también en el alma, no se cansaba de contarle una y otra vez anécdotas de su vida pasada. Doña Juana no paraba de contar. Muchas veces repetía las mismas historias, lo que permitía a Juanita aprendérselas casi de memoria y recordarlas como si de vivencias propias se tratara.

Contaba doña Juana que, nada más casarse, su marido, al primer contratiempo, intentó azotarle con una “madeja de cuerda” que utilizaba para la caballería, pero la señora, sin amilanarse, se enfrentó a su esposo, al que no le llegaba al hombro, diciéndole mientras se colocaba con los “brazos en jarras”.

"¡Como te atrevas a pegarme, me voy con mi padre!".

El bisabuelo materno de Juanita tenía cuatro hijas que eran las “niñas de sus ojos”.

Ante la actitud de su mujer, posiblemente, el abuelo de Juanita se lo pensaría dos veces antes de intentar de nuevo ponerle las manos, o la cuerda, encima a su esposa, pero qué duda cabe, que esta señora sufrió malos tratos psicológicos un día sí y otro también. Actitud que doña Juana conllevaba como Dios le daba a entender ya que ese era su destino.

La paciencia que esta señora derrochó, a lo largo de toda su vida, con su marido, lo demuestra otra situación que relataba la abuela. Esta vez tuvo que andar unos cuantos kilómetros mientras anochecía en pleno invierno. El motivo fue la necesidad de ir a comprar tabaco para su marido. Éste era un hombre muy exigente y cuando llegaba a su casa después de la jornada, quería tener todo a punto; comida, ropa, tabaco, etc., y cuando algo de esto no estaba a su debido tiempo se enfurecía tanto que todos se ponían a temblar, sobre todo la abuela, ante la actitud de su esposo. Un día que este señor llegó a su casa y se encontró con que su mujer no le había comprado el tabaco, montó en cólera hasta el punto que la señora tuvo que ir andando hasta la barriada más cercana para comprar el preciado producto. Vivían en un cortijo que distaba unos cuantos kilómetros de dicha barriada. Kilómetros que la abuela de Juanita hubo de caminar doblemente: ida y vuelta. Salió de su casa poniéndose el sol y volvió de noche envuelta en su mantón para protegerse del frío. Era pleno invierno.

La respuesta de la abuela ante la primera amenaza de su esposo, dice mucho del carácter de esta señora para la que, a pesar de todo, la obediencia a su marido, debía estar por encima de cualquier otra cosa en su vida. Pero aunque doña Juana desde el principio le había dejado claro a su esposo que era una mujer de “armas tomar”, Juanita sabía que su abuela, a lo largo de toda su vida, había sufrido todo tipo de vejaciones; una mujer alienada sin un atisbo de conocimiento de lo que significaba el concepto de libertad. Era lo normal en el matrimonio. Posiblemente la mujer, en general, no era consciente en esa época de lo que hoy conocemos por malos tratos, porque aguantar y obedecer al marido era algo que iba unido al compromiso matrimonial. Juanita recuerda una frase que su abuela repetía con mucha frecuencia: “El matrimonio es como una sandía; hasta que no la partes, no sabes como es por dentro”.


Así cuando una mujer se casaba y el marido era una persona que, al menos, respetaba a su esposa, todos consideraban que ella había tenido mucha suerte. En pocas palabras; como si le hubiera tocado la lotería.

Esto que acabamos de mencionar es solo la “punta del iceberg” en la vida de esta señora. Eran infinitas las situaciones semejantes que doña Juana contaba a su nieta. Doña Juana fue madre de doce hijos, algunos de los cuales se le fueron quedando en el camino debido a la carencia de medios existente en la época. El intervalo entre un embarazo y otro, suponía el tiempo que tardaba en amamantarlos. Los embarazos y la crianza de sus hijos, los hacía compatibles con el trabajo que realizaba para ayudar en la economía familiar. Además de las tareas de su casa y la ayuda que prestaba a su marido en las labores del campo, doña Juana, en tiempos de penuria económica, que era casi siempre, realizaba menesteres de mercancías; transportaba en las caballerías productos agrícolas a otras pedanías que carecían de los mismos. Unas veces lo hacía a cambio de dinero. Otras, cambiaba sus productos por otros que no se cosechaban en su cortijo.

Juanita sigue recordando: a pesar del cansancio, el sueño no acaba de llegar. Le entristece pensar que, con el paso del tiempo, la vida de su madre, no fue muy diferente a la de su abuela. La madre de Juanita heredó el carácter de su madre, pero igual que a su antecesora, tampoco le sirvió de mucho. A lo largo de los años, la mujer, en general, ha tenido conciencia de ser una ciudadana de segunda categoría, y ha tratado de revelarse. Otra cosa es que le hayan permitido hacerlo. Algo en su interior le llevaba a expresar el malestar que esa situación le causaba pero siempre había alguien a su lado, casi siempre una mujer: su madre, que se encargaba de recordarle cual era su papel en una sociedad dividida entre hombres y mujeres, en la que los primeros mandan y las segundas obedecen.

La madre de Juanita, era la única mujer entre sus hermanos varones. La época y el lugar donde vivían, eran unas circunstancias que no les permitían disponer de colegio al que acudir para obtener una formación imprescindible, por lo que un maestro era el que acudía a los domicilios de la comarca a enseñar a los niños de la familia. Los padres solo proporcionaban enseñanza a los hijos varones. Siempre decían: “Los hombres deben enseñarse a leer y escribir porque han de ir al servicio militar”.

La madre de Juanita manifestó su deseo de aprender igual que lo hacían sus hermanos. No fue tarea fácil, pero lo consiguió. Esta mujer es de las poquitas de su época que, viviendo en circunstancias similares, se enseñó a leer y a escribir. Por desgracia, una gran mayoría siguen siendo analfabetas. Siempre escuchaban decir a sus padres la misma frase: “Para cuidar la casa y criar a los hijos no hace falta ir a la escuela”.

Cuando esta señora se casó trabajó tanto como su marido para sacar a sus hijos adelante. Como a tantas y tantas mujeres en su misma situación, el trabajo realizado fuera de casa jamás se le reconoció. Tampoco el que llevaban a cabo dentro del hogar. Es algo que conlleva el hecho de ser mujer.

La madre de Juanita fue siempre una mujer sometida de forma aberrante a su marido. Había ocasiones en las que esta mujer, igual que anteriormente lo había hecho su madre, refería algún hecho de su vida. Hechos que a Juanita, muchos de ellos le resultaban familiares. Ella los presenciaba; vivía la relación existente entre sus padres. Recuerda como su padre, “en menos que canta un gallo”, mandaba callar a su mujer sin tener en cuenta que estuvieran solos o que alguien presenciara la escena. La frase que su padre repetía era casi siempre la misma: “¿Y tu qué sabes?”.

Frase que en gran cantidad de ocasiones dirigía también a Juanita y a sus hermanos. Juanita piensa que el carácter que su madre ha ido adquiriendo a lo largo de los años, es fruto de la represión que sufrió todo el tiempo que estuvo casada. Cuando enviudó, tomó el rol que su marido había ejercido durante toda su vida. Entonces era ella la que mandaba callar a todo el mundo.

Juanita recuerda cómo su padre, sobre todo los días de fiesta, salía con sus amigos mientras que su madre se quedaba en casa preparando la comida para cuando su marido regresara. Juanita se entristece cuando piensa en las situaciones de sufrimiento vividas por su madre, pero no deja de reconocer que esa era la forma de vida en general de todas las mujeres de su época. De su época y de todas las épocas; nada había cambiado. Lo que vivía su madre era una copia de lo que había escuchado contar a su abuela. Entonces ya vivían en un pueblo y Juanita recuerda cuando su madre se reunía con sus vecinas para hablar de sus cosas; la vida de todas ellas era más o menos igual. Se quejaban de las “rarezas” de sus maridos, a la vez que se alegraban de no tener la desgracia de recibir palizas como otras mujeres.

El padre de Juanita era el único varón en su familia y estaba acostumbrado a que sus hermanas estuvieran tan pendientes de complacer sus deseos que él por sí mismo no sabía hacer nada de puertas para adentro. Cuando se casó, el papel de las hermanas hubo de suplirlo su mujer que se deshacía atendiendo las exigencias de su esposo. Juanita tiene varias hermanas. Su padre ha tenido siempre a su alrededor mujeres que le sirvieran, generación tras generación. Este señor ordenaba, tanto a su esposa como a sus hijas que le lavaran los pies, y ellas se arrodillaban en el suelo para atender la demanda de su esposo y padre.

Juanita recuerda como su madre robaba horas al sueño para poder atender todas las obligaciones que debía desempeñar: organizar su casa, ayudar a su marido en las tareas del campo y realizar labores de costura para poder colaborar en la economía del hogar. El cansancio era una constante en la vida de la madre de Juanita. Igual lo había sido en la de su abuela. Lo mismo que le sucedía a ella. Sentada en la cama con el libro entre las manos, mientras su pensamiento divaga por sus recuerdos, cree ver a su madre que, en su misma situación se dedicaba a hacer zurcidos o remiendos en la ropa de su familia. El día se quedaba pequeño para atender a todo lo que había que hacer.

lunes, 20 de septiembre de 2010

SOBRE EL TRABAJO INFANTIL

Me gustaría hacer una reflexión sobre el trabajo de los menores, sin ánimo de herir sensibilidad alguna, sobre todo en los tiempos que estamos viviendo actualmente. No cabe duda que en todas las épocas de la vida humana, los niños y niñas han realizado trabajos para ayudar a la economía familiar, siempre de forma solapada; de forma no oficial y mal retribuida.

Hacemos algo de historia, por supuesto desde mi experiencia, y sin que represente crítica alguna. Como he comenzado diciendo en este escrito, sólo es una reflexión.

En la generación anterior a la mía, los niños con ocho años, ya trabajaban; guardaban cerdos y ganado, colaboraban en las labores del campo y en cualquier otra tarea que fuese necesario. Las niñas de esa misma edad, colaboraban en la casa y en las tareas del campo lo mismo que lo hacían sus madres. Esto era una forma de vida generalizada en las zonas rurales, y no suponía reproche alguno, por parte de la sociedad, hacia las familias que utilizaban a los menores para colaborar en la economía del hogar. De todo esto es muy fácil deducir que estos niños y niñas no conocían la escuela. Solo con un poco de suerte, era el maestro el que los reunía en casa y les enseñaba lo que podía.



Con la gente de mi generación, esta norma no estaba tan generalizada. La cosa se dispersaba dependiendo de la fuente de ingresos económicos que el padre de familia aportaba al hogar. Aunque para las familias que seguían viviendo en los pueblos pequeños o en el medio rural, su forma de vida se desarrollaba de la misma forma que la generación anterior.

Los niños y niñas de mi generación ya íbamos al colegio pero además colaborábamos en las labores del campo, ellos, y en las tareas del hogar, ellas. Eso en las familias donde había hermanos de los dos sexos. En la familia que todas eran hijas, las niñas trabajaban en la casa, en el campo y en lo que hiciera falta. Como digo, todo se hacia para mejorar la situación económica y todos colaboraban. Nadie lo veía mal. Nadie se sentía utilizado. Nadie criticaba la situación porque era la normalidad en todas las familias. En esta época, nos incorporábamos al mundo laboral con sólo doce o catorce años. A otro nivel, naturalmente, había niños que se dedicaban al mundo del espectáculo. Bien, a esos pequeños, después de pasado el tiempo, se les tilda de haber sido utilizados y se critica a la sociedad y a sus familias de haberlos explotado, porque como consecuencia son personas traumatizadas por el hecho de haberles permitido trabajar a esa edad.



En tiempo mas reciente, y con la DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL NIÑO en plena vigencia, sigue habiendo niños y niñas que trabajan en los medios. Pequeños que son actores de cine. Pequeños que desfilan en pasarelas. Pequeños que realizan anuncios en la televisión. Pequeños que participan en concursos televisivos porque quieren ser las estrellas del futuro. Pequeños que practican deporte de forma competitiva. Pequeños que torean como profesionales; dándose el caso de alguno que ha tenido que tomar la alternativa en otro país, porque en el nuestro no pueden hacerlo hasta la mayoría de edad. Unos porque tienen vocación y otros porque deben cumplir los sueños que sus progenitores no han logrado a lo largo de su vida.

Todo esto ya no se hace de forma solapada para ayudar a la economía familiar, como se solía hacer en otros tiempos, por lo de la precariedad en el hogar. No. Ahora existe toda una industria alrededor de estas pequeñas futuras estrellas, que son las agencias que se dedican a realizar los casting a los niños y a partir de ahí comienza una preparación para convertirse en buenos profesionales, como si de adultos se tratara.



Qué duda cabe que la Legislación ha cambiado, pero la situación de los niños, casi nada o muy poco. Siguen trabajando. Siguen aportando una economía extra al hogar. Siguen siendo utilizados por los mayores, aunque la DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL NIÑO, expone normas para proteger a los menores del trabajo y de toda clase de explotación.

Todo esto en el mejor de los casos, y en países desarrollados; todo lo expuesto es lo que sucede en nuestro llamado PRIMER MUNDO, porque en los países en vías de desarrollo, (por decirlo de forma eufemística). En el TERCERO, en el CUARTO y en todos los mundos marginales, la situación se hace insostenible. La vida de los niños, de la mayoría de los niños, es deprimente. Incomprensible a estas alturas de la Historia. Nadie lo ignora, y sigue pasando para bochorno de muchos. Nada se hace por intentar que mejore, se supone que el cambio se debe intentar por parte de los organismos competentes.



Por otra parte, solo podemos pasar de puntillas sobre el tema de los niños del TERCER MUNDO que trabajan en empresas que llegan del PRIMERO con sus empresas para buscar mano de obra infantil, y por consiguiente, barata. Todos se benefician; Empresas, Gobiernos, etc. Igualmente haremos con los “niños del coltan”. Niños que trabajan en minas de pequeñas cavidades donde los pequeños tienen mejor acceso para extraer el preciado material. El coltan está catalogado como el petróleo del S. XXI dado que es un mineral imprescindible para las nuevas tecnologías, y los Gobiernos, lejos de censurar esta situación, tratan de luchar por hacerse con el monopolio del mencionado metal.




Me van a permitir que exprese mi repulsa hacia esta situación tan sangrante que se está viviendo por parte de algunos niños en la actualidad a lo largo y ancho del mundo. Los niños que, desde mi punto de vista, deben ser objeto de todo respeto y protección, debido a la indefensión que padecen si no son protegidos por los mayores.

Estoy segura de que si no enfocamos todos nuestros esfuerzos en mejorar la situación que, de forma escueta acabo de exponer, no se ve esperanzador el mañana, sobre todo, el de los más jóvenes. Jóvenes de los que depende el futuro de los países. El futuro del mundo, y cuya responsabilidad es de todos. Nadie debe dejar de sentirse implicado en esta tarea, que, como digo es cosa de toda la Sociedad.



Como podemos comprobar la hipocresía, la falta de coherencia y un largo etc. de calificativos nada agradables, y que dejo a la imaginación del posible lector, son los valores que invaden nuestro mundo. Desgraciadamente vemos como pasan los años, los siglos y que nada, o casi nada ha cambiado hasta ahora.

sábado, 18 de septiembre de 2010

INMIGRACIÓN SÍ. ATROPELLOS NO

Nadie ignora a estas alturas que, hablar de inmigración no representa novedad alguna. Posiblemente éste sea como tantos otros, un tema del que tanto oímos hablar, que ya nos resulta, incluso manido. Nos acostumbramos a tratar del mismo; a comentar y escuchar comentarios de todo tipo, pero sigue estando ahí. El hecho que supone la llegada a nuestras costas, y al resto de las costas mediterráneas, de cantidades de seres humanos en condiciones indignas, que nadie desconoce y que, aunque las ONGes se ocupen de acogerlos de la forma más humana posible, (esto a los que no se quedan en el intento), se trata de una realidad tan alienante que no se puede comprender que siga sucediendo.




Esto, que ocurre un día sí y otro también, se ha convertido en algo habitual; es un hecho que se sigue aceptando como si de algo normal se tratara. Siempre que se habla o se escribe sobre este tema, se plantea el hecho que supone este fenómeno, es decir, se expone el problema, pero ¿se intenta solucionar?. No se trata de frenar la inmigración sin más, pero sí de plantearse los atropellos que se están cometiendo; un sinsentido, teniendo en cuenta que se trata de seres humanos. La inmigración es un fenómeno humano tan antiguo como la aparición del ser humano en la faz de la Tierra. El hombre y la mujer buscan los lugares en los que creen que van a vivir mejor. La tierra es de todos y, como dice una vieja frase: “no se le pueden poner puertas al campo”.
El planteamiento que nos debemos hacer es si lo que está sucediendo se puede llamar fenómeno migratorio o se trata de un atropello a los Derechos Humanos que se está haciendo realidad en una serie de personas que, por una razón u otra sueñan con un “paraíso” que no existe y al final, muchos de ellos se encuentran atrapados en su propia red. Es decir; en unos cuantos kilómetros de agua que separan su “mundo” del “nuestro”.




Muchos son los que se aprovechan de estos seres ofreciéndoles una ayuda que, a veces, nunca llega. Comienzan por deshacerse de lo poco que tienen para realizar la aventura. En ocasiones, se empeñan para pagar el precio que les exigen, debiendo estar tanto tiempo trabajando para pagarlo, que puede resultar todo un triunfo saldar la deuda con las mafias que les han permitido trasladarse a la otra orilla del Mediterráneo. No encuentro adjetivo para calificar la tragedia por las que estas personas han de pasar hasta llegar a la costa: el desamparo, abandono, utilización, etc. de los que son víctimas y el riesgo que supone para la vida de todas ellas. Son tratadas como mercancía. Pueden ser transportadas de la forma más inimaginable. Todos lo sabemos.
Ante esta realidad nos debemos plantear si es tan necesario hablar de integración. Primero hablemos del derecho que asiste, o debe asistir al ser humano por el hecho de serlo. ¿Dónde están, en este caso los Derechos Humanos?. ¿Nos hemos parado a pensar donde pondrían el grito los representantes de las asociaciones que luchan por los derechos de los animales, como seres vivos que son, si a éstos se les tratara de forma semejante?. No se a quién beneficia que esto tan alienante siga sucediendo, pero está claro que si no se le ha puesto ya fin a esta situación es porque a alguien, por el motivo que sea, no le interesa acabar con ella. Sólo se habla de las situaciones que se derivan de este fenómeno como son, la xenofobia, el racismo, el “agosto” que hacen los empresarios contratando a los “sin papeles”, etc.




Todos nos seguimos preguntando; ¿quién o quiénes siguen permitiendo que esta masa de personas se encuentre en un país que no es el suyo sin una documentación reglamentaria?. Alguien debería haber comenzado ya a dar solución a este problema. Hasta ahora sólo se va parcheando la situación. Se le van dando largas. Se van tirando la “pelota” de un tejado a otro y nadie coge el “toro por los cuernos” para solucionar de una vez por todas la situación tan indignante que sufren estos seres humanos. ¿Quién se aprovecha más de la situación; las mafias, los gobiernos?, ¿a quién le interesa que esto no cambie?. Seguro que en primer lugar no están los empresarios que los contratan.

Como decía anteriormente, el fenómeno migratorio ha existido siempre, y la lucha debe ir encaminada a que se realice de forma legalizada. Seres humanos que voluntariamente puedan, siempre que así lo deseen, trasladarse de lugar, para buscar un bienestar económico, para enriquecerse culturalmente etc., pero que lo hagan libremente y con su documentación reglamentaria que les acredite como ciudadanos y como seres humanos. Esto evitaría que se hacinaran en las colas de las puertas de los organismos oficiales a la espera de que se les puedan ofrecer los “papeles”, hecho que supone un espectáculo bochornoso, indignante y humillante para el ser humano.



Lo más urgente es solucionar el problema que representa la salida de su lugar de origen y la entrada en el Viejo Continente. Cuando esto se realice voluntariamente, y por tanto, de forma humana, hablaremos de integración social y cultural. No puedo comprender que nos preocupe este aspecto cuando aún se siguen quedando en el estrecho cantidades ingentes de vidas humanas, como si de objetos se tratara.
A quien corresponda: ¿hasta cuando se va a seguir permitiendo esta situación que atenta contra los DD HH de estos seres que sólo pretenden mejorar su vida?. Sin duda alguna, alguien debería dar respuesta a éstas y a otras muchas cuestiones que, entorno a este tema nos podríamos hacer, pero mucho me temo que llegados a este punto, se mira para otro lado.

Posiblemente la respuesta se halle en una frase que un día escuché, con gran asombro por mi parte, de la boca de una autoridad intelectual y política, que de este tema ha demostrado saber bastante. La frase era más o menos así: “a los gobiernos de los países desarrollados no les interesa solucionar este problema. Les conviene tener gente necesitada de trabajo, es decir, mano de obra barata, a la que acudir, por si en un momento determinado, la masa proletaria autóctona se siente alienada y se levanta produciendo revoluciones y huelgas masivas”. Sólo así se entiende que a este fenómeno no se le ponga el freno necesario para que se produzca de manera normal, puesto que, estamos hablando, nada más y nada menos que de seres humanos. Por tanto; sí a la inmigración, pero no a los atropellos que se están cometiendo.


viernes, 17 de septiembre de 2010

MASCULINO/FEMENINO.

Muchos de nosotros, posiblemente hayamos tenido la posibilidad de leer la novela que don Leopoldo Alas “Clarín”, titulada LA REGENTA, escribió en el último tercio del Siglo XIX. Bien, LA REGENTA no regenta nada, el nombre le viene de su marido que era eso, precisamente, Regente de la Audiencia. Y así podríamos seguir, pues, a la mujer del General se le denominaba la generala a la del Alcalde, alcaldesa, etc.

Afortunadamente esos tiempos ya son historia y a la mujer se le denomina por lo que ella es y no por la función que desempeñe la persona con la que se ha casado. Precisamente por eso ahora en pleno siglo XXI debemos tener en cuenta a la hora de utilizar nuestro vocabulario, hacerlo de forma coherente y no “pasarnos de rosca” cuando hablamos o escribimos, con el único objeto de parecer más “progres”.

Este problema se nos presenta, sobre todo, a la hora de hablar de igualdad, porque una cosa es eso, hablar de igualdad y otra muy distinta, es utilizar la lengua castellana, nuestra herramienta por excelencia de comunicación, en nuestro beneficio y como se nos antoje sin tener en cuenta las Reglas de la misma.

En esta época que nos ha tocado vivir, mucho se habla de igualdad; igualdad entre el hombre y la mujer. Igualdad entre lo femenino y lo masculino. Igualdad social. Igualdad laboral. Igualdad en derechos y en deberes. Igualdad, en fin, en todos los aspectos de la vida. Pero no nos confundamos: no pensemos que la igualdad es un problema sólo de semántica, puesto que no es lo más importante en este tema. La igualdad hemos de llevarla a cabo con el esfuerzo de todos. Es verdad que hay un camino andado, pero aún queda mucho por recorrer.


Como digo, la semántica es necesaria para designar los géneros femenino y masculino pero no nos pasemos. Personas con una formación académica considerable y que representan a amplios sectores de la sociedad, cuando hablan en público ponen un énfasis especial en recalcar estas diferencias hasta el punto de caer en errores ortográficos o faltas gramaticales que, en realidad no son necesarios para designar un nombre a cada cosa y nombrar a cada cosa con su nombre.


 Acostumbramos a escribir por ejemplo; el / ella, los / las, niño / a, etc. Es decir, que existen el femenino y el masculino para designar los sustantivos, pero hay otros que son neutros, como se les ha denominado siempre, y, por tanto, necesitan el artículo determinativo para expresar su significado femenino o masculino, dependiendo del caso que se trate. Uno de estos términos, por poner un ejemplo, es el sustantivo joven, que con el / la delante, determinará si se trata de una mujer joven o de un hombre joven. Bien, supongo que todos recordamos hace ya algunos años, aquello de jóvenes y jóvenas. Seguro que en aquel momento todos pensamos que fue un lapsus de quien se expresaba es esos términos. (Aún no se hablaba tanto de igualdad como se hace actualmente).
Bien, pues no hace mucho, escuché en una conferencia, mitting, o como lo queramos llamar, a otra señora que repetía los mismos términos; jóvenes y jóvenas. Y pensé, “otra que se ha equivocado”. Pero no, mi sorpresa fue que la conferenciante recalcó los términos haciendo hincapié en delimitar mediante el vocabulario lo femenino de lo masculino. Y yo pienso ¿si la mujer es jóvena, porque el hombre no puede ser jóveno?. ¿Puestos a cambiar?. De igual modo, podríamos llamar a los hombres que practican deporte deportistos, y a las mujeres deportistas, por supuesto.

Tratemos de luchar para erradicar las injusticias y desigualdades que se producen en todos los ámbitos; tanto en el público como en el privado y no malgastemos nuestros esfuerzos en banalidades como ésta; pues la utilización de unas palabras u otras no conseguirán más igualdad que es de lo que se trata.



La Lengua Castellana tiene recursos para designar todos los términos. Utilicemos los que creamos convenientes, pero no tratemos de enmendarle la plana a una Lengua tan rica en términos como la nuestra. Enmienda que no es necesaria. Lo que si es necesario es la conciencia por parte de todos, de formar una sociedad igualitaria en todos los aspectos de nuestra vida. Y no cabe duda que el movimiento se demuestra andando.
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